
“Cuando el amor duele”
Las nuevas soledades, en una sociedad globalizada y tecnológica,
donde las relaciones se dificultan.
Clor. Alicia Franco
Las nuevas tecnologías han evolucionado transformando la comunicación de nuestro tiempo, aunque fuertes sentimientos de soledad y búsqueda de sentidos subyacen bajo la ilusión de estar cada día “más conectados…”
En ese sentido, reconocer las nuevas formas en que los miedos y la incertidumbre se revelan hoy en el ámbito de la consulta, resulta fundamental para lograr un ejercicio profundo y eficaz de la tarea del counselor.
La experiencia nos indica que la mayoría de los motivos de consulta en nuestros gabinetes, están conectados con cuestiones relacionales. “Somos vincularidad“, nos decía Martín Buber. En ese sentido, acompañar y facilitar el tránsito de las dificultades de nuestros consultantes, parece determinar la orientación de las intervenciones que como profesionales de la ayuda psicológica les ofrecemos.
Quién no ha sufrido por un amor no correspondido, el dolor de haber sido abandonado o la espera del llamado que no llega. Quién no se ha sentido perturbado por la traición de un amigo, la descalificación proveniente de alguien significativo o la decepción al darnos cuenta de que “ese otro es quién es y no quién esperábamos que fuera...” Todos conocemos la temida sensación de pérdida por algo que se ha quebrado en nuestra emocionalidad o la frustración que nos genera un proyecto vincular interrumpido.
Cuando el amor duele, la Soledad se experimenta como una emoción profundamente vívida. Quedar cara a cara con nosotros mismos resulta muchas veces, difícil de tolerar, como si un fuerte sentimiento de vacío irrumpiera con fuerza en nuestras vidas. Nos encontramos temiendo no saber cómo armar vínculos saludables: nos cuesta confiar en otros y en nosotros. Tememos entregarnos. Tememos fracasar. Tememos sentirnos defraudados, rechazados, ridículos. Tememos el contacto físico. Tememos perdernos en el otro. Tememos perder la independencia y paradójicamente, tememos ejercerla. Tememos la decepción. Tememos el silencio. Y más allá aún, el doloroso sentimiento de aislamiento.
El alto grado de complejidad de las relaciones humanas desemboca en que rara vez logremos descifrar y resolver sus enigmas por nosotros mismos. La consulta profesional se impone entonces como camino posible hacia la resolución de sus conflictos inherentes. Es allí donde los counselors procuramos ofrecer herramientas para desobstruir los procesos de desarrollo de quienes nos consultan. Podríamos decir que alcanzar mayores niveles de conciencia sobre las circunstancias personales, revisando los sentimientos y emociones que las acompañan y promover reflexiones acerca de la propia responsabilidad, nos permitirá, tanto a consultantes como a consultores, situarnos en un nivel lógico superior de comprensión. Como consecuencia de ello, el camino hacia la expansión y despliegue de las potencialidades humanas, “siendo en relación” en el sentido Heideggeriano, será posible.
A pesar de que la búsqueda de relaciones satisfactorias parece ser uno de los objetivos más frecuentes que los consultantes se plantean en los procesos de counseling, la idea de relacionarnos (con el otro) muchas veces se percibe amenazante y contradictoria. Se revelan en ella la promesa y los placeres que surgirían de la unión pero también los riesgos de sentirnos atrapados en la indisolubilidad de un vínculo.
Tal vez a causa de esta ambivalencia, el concepto de red parece cobrar fuerza. Hablamos hoy de “relaciones virtuales” que refieren a estar ó no “conectados”. La aparente indisolubilidad de una “relación” es lo que la vuelve riesgosa. En la red en cambio, “las conexiones se establecen a demanda y pueden cortarse a voluntad”. Se reduce entonces la percepción de amenaza por “encierro” que las relaciones tradicionales parecen generar pero se incrementa la fragilidad vincular que causa la conexión intermitente.
Asimismo, hablamos de la revolución de las comunicaciones en el Siglo XXI y paradójicamente “…la incomunicabilidad se ha vuelto regla”. Estamos convencidos de que estamos “muy” comunicados pero en realidad el intercambio suele ser efímero y superficial. Los dispositivos tecnológicos parecen operar como anestésicos contra el dolor de sabernos solos y atraviesan completamente nuestra cotidianeidad. Hablamos por teléfono, escuchamos música, mantenemos largas conversaciones en el “chat” que poco dicen pero funcionan como estrategia para eludir la angustia de sentirnos a solas frente a nosotros mismos. Evitamos el silencio porque nos resulta perturbador, desconociendo que es en el silencio y en la soledad integrados a la propia experiencia donde aprendemos a reconocer nuestros recursos y a desarrollar nuestras potencialidades.
En ese sentido, nuestra tarea profesional que nos ubica como facilitadores de los procesos de desarrollo de quienes nos consultan, nos compromete a reconocer desde una mirada sociológica de contexto, la forma en que los temas de la existencia se revelan hoy en el ámbito de la consulta.
Zygmunt Bauman, en su obra Amor Líquido procura “desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar lazos pero manteniéndolos a la vez flojos para poder desanudarlos.”
Marie France Hirigoyen, en su obra Las nuevas soledades expresa “Se trata de un sentimiento de vacío interior y de aislamiento que no se corresponde necesariamente con una necesidad de compañía o con la ausencia de alguien en particular, sino más bien con el sentimiento de estar aparte, desconectado del mundo, incomprendido. En el fondo, es la aguda conciencia de su situación de ser humano que está y seguirá estando solo frente a sí mismo y a la muerte.”