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QUE SIGNIFICA FORMARSE COMO COUNSELOR HUMANISTICO

Mesa Redonda de Apertura

 

Por Lic. Andrés Sánchez Bodas

 

Para este año, hemos elegido este tema, por considerarlo de suma importancia, en el debate acerca del cómo formar profesionales de la ayuda “psi”, desde un modelo Humanístico-Holistico- Relacional Fenomenológico- Existencial.

Modelo que posee una impronta filosófica muy fuerte, que lo aleja de los tradicionales, en tanto estos se basan en una mirada “médica”, donde se imprime una figura sobre lo patológico que sesga la escucha y condiciona las acciones terapéuticas hacia lo que denominan: “cura”.

El nuestro no desconoce el sufrimiento sintomático de los consultantes, pero lo lee desde otro lugar muy diferente, lo que conlleva una teorización y una práctica que se centra en la categorización del mismo desde un espacio que nos hace replantear la formación de otra manera.

Sabemos que el eje esta puesto en el trípode actitudinal (autenticidad-incondicionalidad y empatía) que se manifiesta en la noción de “encuentro nosotros”, donde la escucha y las intervenciones profesionales, emergen desde allí.

Esto nos lleva a que nuestros alumnos, no solo deben estudiar las materias del programa, como tales en sus contenidos teóricos y por supuesto rendir sus exámenes, sino y mucho más deben trabajar su mismidad y su sistema relacional con el otro.

Por ello, también hemos aprendido y aprehendido que la cuestión del ejercicio profesional no culmina con el título, sino y también mucho más se abre hacia un constante compromiso con el propio desarrollo y el despliegue desde la formación continua y la supervisión.

Cuando mencioné que observamos y actuamos desde un lugar diferente a los modelos “médicos” -piensen que casi todas las escuelas han sido creadas por médicos, Rogers y nosotros somos psicólogos y counselors- y lo hacemos desde lo Humanístico en general y lo Fenomenológico Existencial en particular, esto nos lleva a revisar casi todos los conceptos anteriormente planteados por las principales líneas del mundo “psi”.

No es aquí el espacio de hacer un análisis de todo el bagaje conceptual que hemos formulado, ni tampoco debatir el de las otras líneas, pero si hacer, de manera sucinta, un eje en la distinta mirada que nos inspira: la Humanística y plantear algunas diferencias nodales. Veamos:

El modelo “médico” del psicoanálisis y el cognitivismo conductual (entre otros) plantea la necesidad de categorizar en términos de salud y enfermedad, realizando una importante tarea en términos de diagnósticos, pronósticos y tipos de tratamiento, estos últimos basados en los dos anteriores. Desde allí han elaborado tratados con elaboradas nosografías, en y desde las cuales escuchan y asisten a los que denominan “pacientes”.

Al pensar de esa manera necesitan tener claro qué es la salud y cómo detallar los distintos “desordenes”, con nombres y descripciones de los mismos. No niego su utilidad en alguno de “los casos” (como suelen denominarlos), sobre todo en aquellos que revelan sufrimientos “patológicos” graves donde - por ahora- la intervención de un psiquiatra y la medicación es necesaria para paliar ese sufrir y permitir un trabajo desde la palabra y la experiencia compartida. El aporte de las neurociencias es aquí clave para seguir profundizando este tipo de intervenciones.

El modelo “humanístico”, en cambio, pretende correrse de las categorizaciones externas al  vivenciar del “consultante” –nótese el cambio de concepto para designar al que viene a pedir ayuda “psi”- rótulos preconcebidos que de pensar previamente desde ellos al escuchar al que nos viene a ver, condicionan nuestra escucha y dificultan el darse cuenta de la experiencia sufriente del otro, dicha desde sí mismo.

El modelo “medico” que sostienen estos psicoterapeutas los dota del poder de la cura y coloca al “paciente” en un espacio de dependencia, desde el cual repite en la consulta aquello que lo ha hecho ser quien y desde allí desarrollar lo que se ha denominado “síntomas”. Se supone desde allí que la persona puede ser curada.

Es interesante saber que la palabra “síntoma”, etimológicamente deviene de la idea de: coincidencia y algo que temporalmente se da, pero la medicina lo ha definido como signo de una enfermedad. En la tarea de un médico occidental (cualquiera sea su especialidad) es válida esa lectura en tanto le permite organizar su tratamiento en base al diagnóstico de la misma. El tema es que ese modelo se ha trasladado al ámbito del tránsito vital psíquico. No voy a debatir aquí que aún en ese ámbito las miradas de otras culturas, no occidentales, no coinciden con esas lecturas, en lo que no estamos de acuerdo en un traslado directo a la ayuda en todos los sufrimientos emocionales, sentimentales y existenciales de los que nos consultan.

En tanto nosotros centramos nuestra escucha en la vivencia de la experiencia del que nos consulta, y desde allí pretendemos generar una relación de ayuda donde el encuentro nosotros es lo que facilita la resolución del problema y el desarrollo personal, esa mirada no nos sirve. Por ello se hace más difícil nuestro accionar al no poseer un mapa previo que nos guie, la tarea es acompañar en el “viaje”, descubriendo juntos las vallas que dificultan el existir y buscando en común la manera de sortearlas, permitiendo con ello que aquello que nominamos pulsión, conatus, tendencia al crecimiento, se libere y el organismo como un todo, se encamine hacia un funcionar más pleno. Es una labor más compleja.

Como a esta altura sabemos, lo que se denomina “síntoma” es un signo que demarca, un modo de sufrir de una persona, y siguiendo su etimología original es temporal y no define el Ser, dado que no sé. Es neurótico o lo que sea la categoría diagnóstica. Por ello, ese signo que desvela a una persona, le devela que desde allí debe/necesita tomar contacto con ese, su propio organismo que le pide ayuda. Ese pedido le marca que se ha alejado de sí misma, de aquello que denominamos “sabiduría organísmica” y que en términos del existencialismo decimos que es inautenticidad vital, alienación o más fuerte aún “cobardía existencial”.

Lo nuestro se debate en el proceso en sí, en el encuentro donde “la palabra” del consultante tiene más o el mismo valor que la nuestra, y como dije, juntos reencontraremos el camino dejado, y de ser así, aquello que ha sido signo se diluye en un organismo liberado.

Por ello nos aprieta la necesidad de ir abriéndonos al comprender que, cada proceso es en sí mismo único, que si bien nos entregamos desde un modelo que sostiene el trípode actitudinal antes mencionado, y articulamos el chequeo facilitador con las distintas modalidades que poseemos (verbales, corporales, imaginarias), el compromiso con nuestra propia autenticidad/congruencia es clave en la formación que proponemos.

Necesitamos seguir explorando una epistemología fenomenológica y disponernos al saber del no saber, para lo cual hay que saber mucho y esa es la paradoja de nuestro movimiento, de allí la profunda importancia de la formación continua, de la adquisición de nuevos conceptos, de la incorporación de nuevas metodologías que se integran con el trabajo en el desarrollo de la persona terapéutica que somos.

 

Esta es la manera que entendemos válida para poder:

 

  • Entregarnos al encuentro de una manera no directiva.

  • Reconociendo que el consultante tiene en sí mismo la capacidad de darse cuenta y la manera de comunicarnos su dificultad.

  • Que toda conducta tiene un sentido que hay que develar.

  • Que ese sentido se entrama como una urdimbre en el telar de su conciencia.

  • Que debemos disponer nuestro telar experiencial y generar un “encuentro nosotros”, donde la empatía relacional predomine sobre cualquier categoría externa que traiga en si la palabra desorden psíquico, que nos apañe el “vidrio” de nuestra percepción y nos impida co-percibir y co –crear una relación de ayuda tal como la definimos.

 

Que estas Jornadas Nacionales de Counseling contribuyan en este camino.

Andres Sánchez Bodas- Septiembre de 2015

 

 

 

 

 

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